La situación era desesperada. A tan sólo 5 minutos del
partido solo 3 miembros del equipo se encontraban en Maddock, y afortunadamente
al inicio del partido ya eran 6 los integrantes del equipo que habían hecho
acto de presencia: Gilabert, Freixes, Pujol, Pich, Juanca y un servidor, Torrelles. Contábamos
con dos grandes apoyos morales en las gradas, por eso: Ignacio Martínez e Íñigo
Así pues, 10 minutos
tarde, dio comienzo el partido. Éramos uno menos (6 vs 7), pero envalentonados
por nuestro fantástico sentido del humor comenzamos el partido, con esa
inferioridad numérica. La intensidad era alta, probablemente debido al
implacable frío que en pocos minutos había calado hasta los huesos de la gran
mayoría de los jugadores del equipo (los que tienen más grasilla se quedaron
con las ganas).
Los minutos pasaron, y los goles se encajaron. Uno detrás de
otro. Era una fiesta, una fiesta para el equipo rival. Los futbolistas dimos
todo lo que pudimos y más, y tuvimos alguna que otra ocasión, pero la
superioridad física de los adversarios se hizo patente a los pocos minutos.
Al finalizar la primera parte, el marcador reflejaba un
contundente 8-0. En contra (por si acaso alguien se hacía ilusiones). Pero no
perdimos la ilusión del primer momento, y con una mezcla de picardía y
desvergüenza digna del mismísimo Urdangarín, les pedimos que nos cedieran un
jugador para jugar en igualdad numérica.
Así pues, comenzamos la segunda parte con fuerzas renovadas
y un nuevo punta que prometía un gran juego arriba. Y así, los minutos pasaron,
ya al poco rato llegó el milagro. Fernando Gilabert estrelló la pelota contra
la red en una fantástica jugada de equipo. Ese gol fue el elixir que causó la
euforia colectiva, hasta que nos dimos cuenta de, que desde que había comenzado
la segunda parte, habíamos encajado 5 goles. ¡Pero qué narices, a tomar por
saco, habíamos marcado!
A medida que avanzaba el partido el frío se hacía cada vez
menos soportable, y las temperaturas causaban en algunos jugadores problemas de
circulación. A los pocos minutos, la magia volvió a surgir y Gila encontró la
portería de nuevo. ¡12-2, ya estábamos más cerca de la remontada!
Y al final, el tercer gol llegó, de la mano del que aquí
escribe. En una jugada a balón parado la pelota acabó entre mis piernas, dentro
del área, y sin pensármelo dos veces chuté. El esférico salió disparado con la
potencia de un pedo mal tirado, y llegó a las manos del portero prácticamente
muerta. Pero ahí, en esos momentos en los que yo ya daba el balón por perdido,
la providencia hizo que al portero de diese un ataque esquizofrénico momentáneo
y el balón se le escurriese de las manos y entre las piernas cual churro fláccido.
Una cantada como una catedral, vamos.
Ese gol fue celebrado como la guinda del pastel. Corrí lo
que no había corrido en todo el partido por el campo gritando como un burro. Y
en fin, eso mosqueó a los miembros del otro equipo que en la siguiente jugada
nos marcaron un gol tal cual sacaron desde el punto central.
El partido acabó, y yo que sé cuál fue el resultado final,
perdí la cuenta bastantes minutos antes. De todas formas, el humor triunfó y
las buenas sensaciones del partido aun perduran hoy (sí, sigo con unas agujetas
que no puedo ni sentarme).
¡Gracias a todos!